sábado, 24 de septiembre de 2011

¿Sólo un Sueño?

Todavía no sé si es verdad. No sé ni siquiera si puedo contar ésta historia. No sé si soy hábil para contarla. Principalmente porque esas chicas eran como yo lo soy hoy. No sé si me asombra o me asusta… pero en fin, es mi deber contarla.
     Había unas chicas muy amigas del Colegio del Salvador, llamadas Marisa y Luz. Marisa bailaba tango y Luz le cantaba los temas de Gardel, todos los días después de la escuela en el Pasaje, justamente, Carlos Gardel. Pero, Además, les encantaba ir de compras al Mercado del Abasto a comprar lo más moderno de la temporada. El problema es que, de tan locas por las compras, se metieron en un lío.
     Un día, Luz y su amiga fueron al mercado y, como había tantas cosas bellas, se quedaron hasta muy tarde. De tan despistadas, no se dieron cuenta de que las luces ya estaban apagadas y los vendedores ya se habían ido. Quién iría a saber qué estaban pensando en ese momento… pero, cuando se dieron cuenta, era demasiado tarde. El mercado había cerrado sus puertas, y… ¡ellas estaban adentro!
     Primero estaban muy nerviosas, pero intentaron dormir. De nada sirvió. Dormir en el suelo era muy incómodo después de haber dormido tantos años en una cama calentita, con la familia cerca. Pero luego encontraron una zapatería, donde había sillones, y se durmieron.
     El sueño de Luz fue interrumpido por una canción de Gardel: Mi Buenos Aires Querido.  Luz se puso a cantar y a investigar de dónde venía esa música tan bonita. Ahí se despertó Marisa, y juntas encontraron el lugar buscado. Cuando entraron, las luces estaban apagadas y la música se escuchaba fuerte y como si fuera cantada en ése mismo momento por Gardel en persona.
     Cuando se prendieron las luces, las chicas se desmayaron, no se sabe si por espanto o asombro, pero se desmayaron.
     Se despertaron en el Hospital Español. Sus familias estaban ahí, en frente de ellas, mirándolas con cara de angustia, y con esa angustia, daba ganas saber qué había pasado ya que no recordaban nada. “Se desmayaron porque vieron una rata.” Mintió la madre de Marisa, “Era una rata fea, y grande. Yo también me asusté cuando la vi”. Por el momento, las jovencitas le creyeron, pero unos días después, ellas recordaron todo.  Ellas mismas no se lo podían creer. Comprendieron por qué sus familias les mintieron. Era ilógico: ¿puede un monumento cobrar vida durante la noche, para cantar a los seguidores una canción que les encante, y los espante? Se comprobó que es posible cuando la policía lo comentó en todos los noticieros de Buenos Aires: el monumento a Gardel, “El Monumento que Sonríe”,  tomó el alma de Gardel y fue al Abasto, a cantar una canción a sus mejores “fans”  de esa actualidad.
     Si te gusta el tango, te encantará verlo por ahí en el Abasto cantando sus temitas, pero te espantarás porque jamás olvidarás su cuerpo de bronce y su enorme sonrisa eterna. A mí me espanta más de lo que me gusta, porque no se me da el tango, pero no olviden nunca salir del Abasto antes de las diez de la noche, porque aunque les guste pueden desmayarse como Marisa y Luz, y todos pueden burlarse de ti, decir que fue sólo un sueño y creerte loco por mucho tiempo, loco como el monumento a Gardel.
     Por eso, el Abasto ahora se llama Abasto: como Gardel se apareció en ese mercado y le decían “el Morocho del Abasto”, fue el mejor nombre que se les pudo ocurrir.

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